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Entrevista al director del Voluntariado en eldiario.es: «el problema de los ganaderos no es el lobo»

En la entrevista, se hace un repaso a la importancia que tiene el lobo para el equilibrio de los ecosistemas y cómo el mayor peligro para la especie es la escasa variabilidad genética, provocada por el cuello de botella de los años 70.

Tras la inclusión del lobo en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESRPE), muchos medios de comunicación han realizado diversos artículos sobre esta especie, y algunos han buscado la opinión del Voluntariado.

Ese ha sido el caso de el diario.es, que publica una entrevista al director de nuestro proyecto, Ángel M. Sánchez, en su edición del 29 de septiembre.

En la entrevista, se hace un repaso a la importancia que tiene el lobo para el equilibrio de los ecosistemas y cómo el mayor peligro para la especie es la escasa variabilidad genética, provocada por el cuello de botella de los años 70 del siglo pasado, cuando debieron quedar poco más de 200 ejemplares en el noroeste de España. A veces parece que es un peligro «sordo», pues no se habla de él todo lo que se debería.

Más allá del número total de ejemplares, potenciar la muy escasa variabilidad genética de la especie en la Península Ibérica es la clave para su supervivencia a largo plazo, por lo que es vital permitir que el lobo pueda volver a sus territorios históricos al sur del Duero. Por ello, «será necesario en primer lugar, recuperar hábitats naturales que generalmente se hallan en un estado de conservación desfavorable, (…). Están hiperfragmentados o prácticamente invadidos por la ganadería extensiva que ha crecido más de un 80 % en zonas como Ávila, Salamanca o Segovia, con presencia muy escasa de ungulados silvestres, que son de los que depende el lobo para poder sobrevivir. En algunas áreas como Montes de Toledo, Extremadura, Andalucía, etc., sería conveniente incluso una repoblación, ya que la especie tardaría decenas de años en reestablecerse en dichas zonas de manera natural», afirma Ángel M. Sánchez en la entrevista.

Foto: Patricio Jiménez

Además, permitir que el lobo pueda recolonizar territorios hacia el este (Burgos, La Rioja, Soria, Aragón, País Vasco, Navarra…), así como facilitar el flujo continuado de la especie a través de Pirineos, es aún más importante, es prioritario, así como crear corredores biológicos seguros (sin caza) que permitan la conexión entre individuos de las diferentes subpoblaciones europeas como siempre ha sucedido. (Ver Aragón es el nexo de unión entre los lobos de la península ibérica y el resto de Europa)

Pero la puerta abierta a los controles poblacionales que deja la nueva regulación es un freno a esa expansión, pues esos controles se utilizan para crear auténticos «muros» regionales que eliminan a aquellos ejemplares que los cruzan.

La comunidad científica lleva mucho tiempo demostrando que matar a ejemplares al azar, tal y como se está haciendo hasta ahora en los llamados «controles poblacionales», no solo es innecesario, pues el lobo, como especie apical, autoregula sus poblaciones en base al alimento y territorio disponible, sino que es contraproducente, pues eliminar miembros de alta jerarquía en la manada, que son los que tienen más experiencia y transmiten la «cultura» del grupo familiar a las siguientes generaciones, desestructura dicha manada, limitando muchísimo su capacidad cinegética para poder cazar presas silvestres, lo que les dirige irremediablemente hacia el ganado, consiguiéndose lo contrario de lo que, en principio, se pretendía conseguir con dichos «controles poblacionales».

Por tanto, los controles poblacionales que han estado presentes en todas las normativas autonómicas y, ahora, en la legislación del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, tienen claramente la única finalidad de contentar a los sectores agroganaderos y cinegéticos, que, no solo persiguen intereses particulares y privados, sino que tradicionalmente han sido siempre reacios a cualquier cambio que tuviera que ver con el lobo.

La Ley de Caza de 1970: https://www.boe.es/eli/es/l/1970/04/04/1 convirtió al lobo de alimaña en especie cinegética, frenando de este modo su irremediable extinción al someter a la especie a un régimen de vedas durante el cual se prohibía su caza, es decir, permitía que el lobo pudiese disfrutar de una cierta tranquilidad durante la época de reproducción. En aquel entonces, los mismos sectores saltaron a los medios con idénticos argumentos a los de hoy, 52 años después.

Contra la Ley de Caza de 1970

En la edición del diario ABC del 10 de febrero de 1971, se publicó un artículo firmado por El Pastor Poeta donde calificaba al lobo de «destructor de la economía nacional». En otro artículo del mismo diario, de octubre de 1969, Jesús. E. Casariego se extiende en describir toda la maldad del lobo, solicitando su extinción completa porque, «montan muchos millones de pesetas y obligan a reforzar la vigilancia con grandes perros y alertas de pastores».

Casariego también se lamenta, ante la solicitud de «nada menos que…¡la protección oficial al lobo!», de que «era ya lo único que nos quedaba por ver en estos días de tantas «aperturas»: una «apertura» hacia los lobos».

Muchas más «aperturas» le quedaron por ver después de 1975 al señor Casariego, a quien, afortunadamente, no se le hizo caso en su idea de, si se quería, conservar unos ejemplares como «curiosidad histórico-zoológica» en «unas hectáreas bien cercadas y guardadas y téngaseles y aliménteseles allí en compañía del también dañino raposo».

Mesas de decisión

La protección que otorgó la Ley de Caza de 1970 al lobo no supuso, ni mucho menos, el desastre para la economía nacional o la desaparición del mundo rural que auguraban los periódicos. La economía creció gracias al aperturismo económico tras la muerte del dictador Franco y el éxodo de la población rural a las ciudades era un fenómeno que había comenzado a mediados del siglo XIX, y que tuvo su apogeo en los años 60. Diversos estudios consideran que entre 1900 y 1960, 10 millones de personas dejaron el campo para trabajar en las industrias de las ciudades. Nada que ver, por tanto, con la protección del lobo. De hecho, según Vicente Pinilla y Luis Antonio Sáez (2001), la migración interior se frenó en los años 80, también por motivos económicos y cuando entonces la Ley de Caza sí estaba ya más que asentada.

El odio exacerbado al lobo que durante siglos ha calado en el folklore y la historia de muchas zonas de nuestro país impregna las decisiones y las declaraciones de los sectores agroganaderos y cinegéticos, tanto hace 50 años como ahora, por eso es importante valorar su posición en las mesas de decisión sobre el futuro de la especie.

La protección del Medio Natural y la Biodiversidad de nuestro país debe decidirse según criterios científicos y técnicos, de forma objetiva, por lo que deben quedar fuera las especulaciones, intereses privados y falsos mitos. Tras la toma de decisiones, sí es fundamental incluir a todas las voces para que se busque la manera de coexistir de forma pacífica y para encontrar un modelo que satisfaga a todos, cosa que no ocurre con el modelo subvencionista actual, que contempla generosas ayudas con compromisos ambientales que generalmente no se cumplen; indemnizaciones por ataques, incluso repetidos, a ganaderos que no toman ninguna medida preventiva y/o disuasoria para poder coexistir con el resto de la biodiversidad; «ataques» deficientemente peritados por falta de medios, en los que se culpa al lobo por defecto y que facilita la picaresca dentro del sector. (Paradójicamente, los buenos ganaderos que mantienen prácticas tradicionales y tienen, en general, menos medios, son los menos favorecidos por estas ayudas de dinero público, siendo, además, los que suelen quejarse menos del lobo y de otras especies que comparten con ellos el territorio donde desarrollan su actividad).

El lobo no es el problema

Tanto en los años 70 como en el 2021, los problemas del sector agroganadero y del mundo rural no son los lobos, y la demostración más clara es que las dificultades por las que atraviesan son comunes a todo el territorio nacional, incluido allí donde hace muchas décadas que fue exterminado.

Que las asociaciones ganaderas focalicen todos los males en el lobo, gastando dinero, recursos mediáticos y energía, impide que se hable de lo que realmente es importante, como la bajada de los precios, la falta de competitividad, las importaciones extracomunitarias y el escaso interés de las nuevas generaciones por los trabajos del campo.

Es lógico que, en un mundo globalizado y complejo, se intente simplificar buscando viejos enemigos, pero ese es un lujo que todavía se pueden permitir porque el sector está sostenido por las subvenciones –ayudas que, por otro lado, exigen el mantenimiento y la preservación de la biodiversidad–, pero que deben repensar para seguir siendo un sector con futuro.

El mundo pospandemia es más consciente que nunca de la necesidad de mantener unos ecosistemas sanos, biodiversos y completos, para lo que es imprescindible la presencia de un gran depredador como el lobo, pieza clave en los sistemas ecológicos ibéricos. Todos deberán ser conscientes de ello en algún momento, cuanto antes, mejor.

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