
Tal cantidad de cabras eran las que careaban el territorio, que necesitaban en verano del uso continuado de las rozas y quemas provocadas y controladas por los cabreros (tradicionalmente el 15 de agosto), para la generación de pastos –nunca suficientes-, ya fuese para las agostadas o para las estancias invernales en los más benignos fondos de valles y rañas. Actividad que generaba grandes jarales proveedores de nutritivos “trompos” (capullos) que era lo que más las hacía engordar. Esto les procuraba un continuo conflicto con latifundistas con las miras puestas ya en la expansión generosa de los venados. También por evitar cruces con las cabras monteses (Capra pyrenaica hispánica) y evitar las epizootias (como la brucelosis), cuya población pretendía recuperar una iniciativa de la burguesía comercial jerezano- cordobesa (creando los primeros cotos como hoy conocemos), en imagen especular a la iniciativa real de Alfonso XIII que conllevaría la creación del Coto Real de Gredos.
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Significativa cuantificación ganadera hace Leopoldo Martínez, quien cifra en 12.336 cabras (1865), las existentes tan solo en el término de Montoro (entonces incluía al actual de Cardeña). Al tiempo, hallamos abundantes relatos de numerosos rebaños de como poco, 500 cabras y de los muchos que superaban las 1.000 cabras ¡y hasta las 3.000 y 5.000! en los “quintos” (definición local de superficie) de Solana del Pino y El Hoyo de Mestanza . Pero también en otros lugares como Fuencaliente, las sierras de Ríopar o el Centenillo, sierras de Andújar…
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Grosso modo, la naturaleza del suelo generaba la idoneidad de un ganado u otro. Los mejores suelos, los de pizarra, eran destinados a la oveja, y los quintos (Solana del Pino) a las montaraces cabras castizas. Leocadio Rueda, el ya citado y célebre ganadero de Andújar, lo expresa de la siguiente manera:
“Los quintos con sus cabras y la pizarra con su fama para corderos gordos y el peso de la lana”
Como inciso, sería interesante analizar la coincidencia en la abundancia generalizada de lobos de los años 40-50 por toda España, y el brutal aumento de la cabaña caprina hasta casi los 6 millones de cabezas (6.692.000 en 1939), representando casi un 100 % más que la media de años anteriores y más del doble que la existente en los años 60 (década del comienzo del declive generalizado del lobo) hasta nuestros días. Crecimiento brusco que experimentó también el ovino. Esto nos hace ver que probablemente el caprino diese en gran medida el “sustento transitorio” a las loberías serranas mientras se recuperaban y extendían los ungulados silvestres en muchas sierras españolas.
La Guerra Civil española dio un respiro a la permanente guerra contra el lobo al trasladar a muchos varones al frente, estar restringida la tenencia de armas en la retaguardia y dejar menguado el cuido del ganado en extensivo a inexperimentados niños y a las atareadísimas esposas de los movilizados. Volviendo a la restricción de armas en nuestra zona de estudio, ni los guardas de las fincas pudieron disponer de ellas hasta la erradicación de las partidas de maquis, bien entrada la segunda mitad del s. XX. La expansión del lobo creemos puede ser así mejor entendida… muchísima cabra, menor y peor cuido, y poca o ninguna persecución.

Es menester ahora recrear mentalmente esos años 50. Las más altas cumbres de Sierra Morena- el verdadero refugio del lobo-, repletas de cabras castizas, un piedemonte hacia el norte, en Valle de Alcudia, donde abundasen las ovejas merinas (aún centenares de miles, pero que en el culmen de la Mesta fueron millones de cabezas) y otros ganados acompañantes; un piedemonte al sur con el cerdo ibérico por doquier en puertas de su hecatombe (P.P.A.) en el Valle de Los Pedroches, amén de un importante número de ovejas cuasi estantes… Y un escasísimo e incipiente crecimiento de ungulados silvestres –venados y jabalíes- de la mano de la creación de numerosos cotos de enormes extensiones, tal como hoy conocemos. Evidentemente, todo a grandes rasgos y sin compartimentación hasta que llegase la generalización del vallado cinegético. De hecho, y volviendo a Abel Chapman, leemos cómo nos refiere migraciones estacionales de venados entre los Montes de Toledo, y por la zona oriental de Alcudia –más forestada- hasta Sierra Morena –ambas zonas solo separadas por el valle del Guadiana-. Y la inmemorial red de cañadas mesteñas que tras el ganado arrastraba lobos también trashumantes, que terminaban cómo bien sabían los mayorales y los primeros guardas de los cotos, emparejándose en las sierras del sur, haciendo sus loberas en las umbrías del Valle del Alcudia (Sierra Madrona, Sierra Quintana…).
(…)
Indudablemente, la vuelta del lobo a Sierra Morena ha de contar con la nueva realidad socioeconómica del territorio. No creemos plausible que la carga de la convivencia con el lobo haya de recaer en exclusiva sobre un solo sector de la sociedad. Por ello las soluciones holísticas han de ser buscadas. Y quizás contra el temido chanteo (dispersión de la fauna a resultas de lo que se llama “ecología del miedo” y que malogra el resultado esperado en las monterías comerciales) por culpa de la presencia del lobo en las manchas a batir (se organizan desde un par de veces cada temporada en cada finca o hasta solo una vez cada dos o tres años). Esto podría ser evitado estratégica y tácticamente con la “distracción” de rebaños de cabras itinerantes, que en algún caso y en base a la selección natural que ejerce el lobo, aportar algún débil individuo “protomártir” (careo programado desde la estancia permanente en fincas públicas como Lugar Nuevo, Valquemao, Vegueta del Fresno, Vallehermoso…). Y que pasados esos momentos durante la apertura de la veda y las monterías actúen luego en la limpieza de cortafuegos, o en la lucha contra la excesiva propagación del matorral de áreas determinadas donde favorezcan, con su ramoneo y pastoreo, la presencia de herbívoros y sobre todo del conejo –y por ende del lince-.
Si disminuyésemos la posibilidad de que aconteciese el chanteo, disminuiría la principal causa por la que el lobo no es aceptado en los cotos de caza mayor.
Pero, por sí misma también, la recuperación de la cabra castiza podría generar un producto nuevo en el mercado como fruto de un ganado ecológico selecto y de rendimiento cárnico en extensivo, de gran valor añadido en mercados informados y sensibles a su origen y función. Convenientemente certificado, se podría vincular a la recuperación de una – mejor dicho dos- especies (cabra y lobo) en peligro de extinción al sur de la Península Ibérica, y que estamos obligados a recuperar (y por extensión, recuperar también buenos perros mastines y de careo). Tendríamos un “cabrito lechal”, un “chivo” y un “caprino mayor” (según peso, edades y si han pastado) y se nos antoja que con el apelativo sumado de “proveniente de explotación lobal”.
Y frente a lo delicado, por lo que pudiese parecer el “dar de comer al lobo”, ni es así ni lo propuesto ha de ser entendido a la ligera. De hecho, no pretendemos fomentar un “nuevo lobo ganadero”. Esos rebaños de imprescindible patrocinio público han de contar holgadamente con todas las defensas tradicionales de los cabreros profesionales, además de las tecnológicas (pastores eléctricos, cámaras, información del posible radio-seguimiento de lobos…). También con el suficiente número de perros de guarda y careo que recuperen sus habilidades características y, por supuesto, disponer de rediles y apriscos. Igualmente concentrar o no las parideras de manera oportuna. El lobo, no olvidemos, es una especie plástica, pero sobre todo oportunista. A colación y como ejemplo, citar lo que es ya un secreto a voces: el que ya se puede hacer establecer intencionadamente al oso en los valles cantábricos que se desee (mediante plantaciones de frutales y demás). Pensamos que sería innovador manejar ex profeso al que fue el más numeroso ungulado serrano –doméstico- de estas tierras, para hacer posible la recuperación del lobo más sureño. Al menos como una herramienta inicial de la misma y luego de su gestión. Además de un magni co motivo para la educación ambiental y escuela viva de pastores y cabreros que extiendan el magisterio de su recuperada sabiduría por el territorio.
Todo con la idea de favorecer que, de nuevo y con el tiempo, exista un sostenible “lobo del cervuno” por parte del latifundio para la caza y no favorecido en exclusiva con la ayuda de este sector económico, pues generaríamos un “recurso manejable” que sabemos que lo fue de manera exitosa e importante. Y como en otros lugares, que se convierta en un “gestor” que depure reses y genere grandes trofeos al cazador de los mismos. Y que en su momento los guardas de Sierra Morena reconocían como un lobo especialmente grande y poderoso.
Apostamos por recrear y manejar temporalmente una “herramienta” que favoreció al lobo hasta tiempos recientes, y ajustada a la idiosincrasia de Sierra Morena. Deseamos un “Yellowstone ibérico” donde inicialmente reforzar la exigua población residual con lobos “sobrantes” de latitudes norteñas (extraídos de los cuestionados cupos de caza legal). Sería la primera vez en Europa que se acometiera legalmente una translocación de lobos. Pero no debemos olvidar que a diferencia de ese territorio de EE.UU., Sierra Morena era y es un espacio muy humanizado, donde el lobo poco lo ha sido del cervuno en los últimos siglos, y si en cambio muy ganadero. Sector este importantísimo y con alguna de las mayores cooperativas ganaderas de España (COVAP) bien extendida en este territorio, poderoso representante de un colectivo que ha de verse protegido, y desde el principio, de los efectos “colaterales” de y con este peculiar “rewilding lobo-cabra castiza”. Y de esto, existen ya numerosas enseñanzas que hay que empezar a aplicar preventivamente.

La vuelta del lobo, eclécticamente razonada, lo será de la mano de los sectores que procuraron su extinción. Y así es reconocido por la mayoría de los que entienden el particular “lenguaje de la sierra”. Aprendamos del pasado para la búsqueda de nuevas e imaginativas herramientas para la conservación. No solo se ha de recuperar el patrimonio material e intangible de un pasado frente al lobo, también ciertos elementos de la biocenosis que sabemos le iban bien al lobo del sur, y que podrían ir bien también a las comunidades rurales del futuro. Eso si evidentemente estamos dispuestos a aceptar la crueldad de la naturaleza y que, pese a lo totémico de la especie, sea el lobo un gran depredador que mata mucho. Y que a veces no mata bien.
Muchos estamos dispuestos a una expansión generalizada del lobo en nuestras sierras pero:
¿Lo estaremos ante la que sería la evidencia de sus cacerías? La muerte de un ser vivo cuando el lobo “pega”, no es solo una visión, también muchas veces es olor y siempre sonidos… balidos, bramidos, mugidos de dolor…
Los que alguna vez hemos presenciado el efecto de las lobadas no debemos perder la empatía hacia quienes ven mermados sus anhelos e intereses si estos son responsables. El lobo hace lo que debe hacer, pero el ganadero ha de saber prevenir profesionalmente las consecuencias de un escenario para su actividad, cada vez más natural, y deseamos que cada vez con más lobos…
En cuanto al latifundista de la caza, pretendemos que adquiera una mayor conciencia y aceptación de la naturaleza que manejan, y que conlleva la obligada tenencia y aceptación de un tributo natural hacia toda la sociedad en general, que se llama lobo.
Para terminar, mencionar que deseamos que este artículo sea entendido solo como un ensayo en su parte final. Y con la aportación de una idea, seguro que bien expuesta a debate, proponer que seamos imaginativos en la búsqueda de nuevas fórmulas para recuperar las poblaciones loberas de Andalucía. Y sin desdeñar ningún posible recurso, hacerlas prósperas.
Una respuesta a «La cabra castiza. ¿Una nueva herramienta para la recuperación del lobo?»
No se si sabéis que estas cabras están ya en la montaña de Riaño (Valverde de la Sierra), con un ganadero que se llama José Carlos García y que podéis ver en el canal SIECE on Vimeo
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