(Texto publicado originalmente en www.civinova.com)
Hablar sobre el lobo en el contexto ibérico es lanzarse de cabeza a la controversia. Pese al gran avance mostrado por la sociedad y administraciones públicas en materia de conservación de recursos naturales y valores de biodiversidad durante los cuarenta últimos años, el Canis lupus signatus sigue siendo la única especie emblemática que no posee un consenso general y del que no se tiene clara aún su necesidad de protección, incluso por parte de aquellos quienes tienen encomendada su gestión. Y junto con el zorro (Vulpes vulpes L.) son los únicos carnívoros predadores que no se encuentran protegidos plenamente en todo el territorio nacional. Sobradamente conocida es la historia legendaria y mitológica asociada a la especie así como la evolución del estatus legal que lo avala en la actualidad, por lo que solo cabe hacer una somera mención como antecedente.
Para muchos parece suficiente que en 1970, bajo el amparo de la entonces moderna Ley de Caza, el lobo fuese declarado especie cinegética y regulado por las vedas normalmente establecidas, dejando atrás un pasado como especie perseguida y de captura premiada por las Administraciones Públicas, a través de las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos.
Esta Ley 1/1970, de 4 de abril, concede a la especie los 9 meses de tregua que normalmente supone el período de veda. Es natural atribuir el mérito de ese nuevo planteamiento y gestión, al hecho de que la especie haya podido salir de los escasos reductos donde fue confinado y extenderse como lo sigue haciendo, convirtiéndose en un quebradero de cabeza para muchos de aquellos que tienen la misión de gestionar la biodiversidad.
Que la medida no fue tan mágica ni acertada, queda probada en su extinción a posteriori en el caso de Extremadura, Castilla-La Mancha y la práctica totalidad de Andalucía, donde el descenso de población progresivo llevó a declararle como especie no cazable o en peligro de extinción a mediados de los años 80. De modo similar, en aquellos territorios que se consideran como sus “cuarteles de invierno”, también estuvo el lobo en situación precaria hasta pasadas varias décadas.
El lobo, una especie oportunista por excelencia, ha tenido dos grandes aliados que sin embargo se nombran menos en cuantos foros se trata acerca de la especie debido a su componente circunstancial, como son la prohibición del uso de cebos envenenados en 1974, y la despoblación del medio rural con la consecuente merma de la ganadería extensiva y la psicosis general asociada al imaginario colectivo.
En los años 90 el lobo se extingue prácticamente al sur del río Tajo y empieza sin embargo a prosperar al norte del Duero. Es por ello que, la Administración Española (fragmentada en un mosaico interterritorial de 17 piezas) opta por enviar a la Unión Europea una propuesta para acomodarse a la Directiva Hábitats (Directiva 92/43/CEE del Consejo, de 24 de mayo de 1992), estableciendo el río Duero como línea de muerte por encima de la cual se permite su caza y al sur se le considera especie estrictamente protegida, con la premisa de mantener un estado de conservación favorable.
El detonante
En ese estado de cosas y con ese consenso, la gestión del lobo pasó décadas de forma silenciosa entre los cupos de caza permitidos en las Reservas regionales de caza, las batidas en los cotos, los aguardos fraudulentos, las muertes furtivas, el criterio ejecutor de las Patrullas Lobo (hoy llamadas de control de fauna) y la expansión de ejemplares en la extensa campiña castellana. Todo eso cambió en 2012 tras la ejecución sumarísima del ya famoso lobo llamado Marley, en el seno del Parque Nacional de los Picos de Europa.
Esa muerte, de un lobo testigo que formaba parte de un estudio científico sobre la especie, dotado de elementos de seguimiento y en el ámbito de un espacio natural protegido de la máxima categoría como es un Parque Nacional, no puede considerarse más que con el calificativo de auténtica torpeza. Lejos de ser una provocación ni un alarde, la muerte consciente, llevada a cabo a modo de ejecución por parte de una pareja de empleados públicos en el ámbito de un espacio de la categoría de aquel territorio, carece de cualquier lógica.
Un Parque Nacional, por definición, en la Ley que establece su creación, es un territorio de valores naturales singulares y emblemáticos cuya finalidad es la conservación y recuperación de los ecosistemas que le son representativos. En ellos, la caza queda prohibida expresamente como ejercicio deportivo y aprovechamiento, y se permite solamente en el caso de daños a bienes materiales o bajo circunstancias excepcionales como son la regulación de equilibrios biológicos o el control de epizootias o enfermedades. La muerte por tanto de un ejemplar equipado con material de seguimiento por teledetección es, además de un derroche de tiempo y dinero público, una pérdida de datos para el conocimiento científico de la especie, que raya como poco en la incompetencia y la negligencia administrativa.
La ejecución de un ejemplar no queda justificada por daños, puesto que si se trata de un lobo dominante, deja claramente mermado el grupo familiar al que pertenece, tal como ponen de manifiesto los estudios científicos (Mech, Fernández Gil) o los no científicos (Hnos. Ruiz Díez) e incluso algún ganadero con ejercicio extensivo en territorio lobero (García González). En el caso del mantenimiento de equilibrios biológicos o presencia de zoonosis o enfermedades, la discriminación es una mera cuestión de ecología. El lobo, como superdepredador que es, sólo contribuye al mantenimiento de los primeros y al control o desaparición de los segundos.
A raíz del detonante `Lobo Marley´ empieza a cuestionarse de modo insistente la gestión de las poblaciones de lobo ibérico. Que la Administración Pública vuelva a declarar la guerra a una especie emblemática aunque sea de forma soterrada, es una involución hacia tiempos pasados donde tanto la opinión de la Sociedad como la gestión de los recursos naturales se enfocaba desde puntos de vista menos plurales, racionales y científicos.
Ante ese hecho, algunos de quienes estamos interesados en la conservación de la biodiversidad de forma vocacional o profesional, entendimos que era necesario poner freno a esa irracionalidad y empezaron a surgir iniciativas en varios frentes con notoria movilización social.
Esta especie, tan cargada de connotaciones negativas, puede considerarse como la de mayor número de seguidores entre la ciudadanía. Probablemente en un sentido negativo, si algo no le falta al lobo son enemigos. Así pues el objetivo principal fue la puesta en marcha de actuaciones con la finalidad de aumentar la aceptación social del lobo, la comprensión de su papel en la naturaleza a fin de crear un tiempo nuevo para la especie, una concepción diferente a la tradicional que favorezca el aumento de sus adeptos, sobre todo en el ámbito del mundo rural y procurar la coexistencia entre esta especie y los usos humanos extensivos en el medio natural. Es así como surgió la idea de Emlobados con Solana del Pino, que en poco más de dos años ha conseguido repetirse con éxito durante tres ocasiones en el seno de un pueblo de montaña, con gran afluencia de público.
Ecología
En toda gestión de biodiversidad, es necesario analizar los aspectos básicos de la ecología de la especie que se considere objeto de la misma. El lobo presenta unos parámetros tan particulares que hacen su gestión simple o compleja, dependiendo del grado de intervencionismo que se quiera aplicar. Pero abordar su presencia en el territorio sin tenerlos en cuenta es garantía de un fracaso seguro.
A modo de resumen esquemático para el lobo:
1.- Especie gregaria con marcada jerarquía de grupo
2.- Estructura social compuesta por una pareja dominante (alfa) y los productos de la camada corriente y de alguna anterior (crías del año y ejemplares subadultos no reproductores)
3.- Fertilidad de la hembra y éxito reproductor dependientes de los recursos tróficos disponibles
4.- Caza a la carrera y no al acecho.
5.- El macho dominante protagoniza el apresamiento de presas grandes y potencialmente peligrosas
6.- Especie oportunista, plasticidad ecológica.
7.- Alta movilidad, especie transfronteriza.
8.- Estrechamente territorial
Nunca hay demasiados lobos. Es una simple cuestión de ecología, de física termodinámica, de economía energética. Toda la energía que existe sobre la Tierra (salvo la gravitatoria y la magnética) procede del Sol. La radiación solar se transfiere a la vida a partir de su conversión en materia orgánica con la fijación del Carbono atmosférico (CO2) través del mecanismo de fotosíntesis en las plantas verdes. De ese modo se genera el estrato base en una pirámide trófica cualquiera. Dentro de un ecosistema terrestre del Mediterráneo puede dibujarse usualmente como un pastizal o matorral. Sobre esta cimentación se elevan los demás pisos donde se alojan de forma progresiva en altura los demás organismos vivos.
Esta transferencia de energía entre los estratos que se suceden desde la base hacia la cúspide dista mucho de ser eficiente. Se estima en tan sólo un 10% de la disponible en el estrato inmediatamente anterior. Así sólo ese porcentaje de la energía que produce la hierba es transferida a los herbívoros (consumidores primarios), y los carnívoros (consumidores secundarios) sólo pueden aprovechar el una fracción similar de la que producen los herbívoros. A su vez, los consumidores terciarios, sólo tienen a su alcance la décima parte de lo que generan sus presas potenciales (Clarke, 1980; Remmert, 1988; Bolen & Robinson,1999). Por tanto, cuanto más compleja es la relación trófica de un consumidor con su sustento, menor es la energía que tiene disponible para desarrollarse como especie, por lo que la biomasa total de su población será menor que la de los organismos que le sirven como alimento. Es por eso que los superdepredadores suelen ser grandes (tienen menos pérdidas energéticas) y escasos. Esta es la clave de “por qué son escasas las fieras” (Colinvaux, 1983). Por eso también, las relaciones interespecíficas en un ecosistema cualquiera acaban teniendo forma de pirámide, en cuya cúspide se sitúan a los consumidores finales. Por cada kilo de lobo norteamericano, hay 58 kilos de alce y 760 kg de pasto (Bolen & Robinson, 1999). Una colina no da abrigo más que a un solo tigre (proverbio chino)
Los superdepredadores, por tanto, se regulan de forma natural mediante dos mecanismos: la competencia intraespecífica y la inanición.
Todas estas peculiaridades intervienen en los procesos vitales de los grupos familiares que se asientan en un territorio y son concluyentes en el comportamiento de los mismos en relación con el entorno natural y humano con el que interactúan.
Por qué se matan lobos
Los lobos, en la mayor parte del mundo, se matan por comodidad. Marcados por un legado maldito, son pocas las culturas que no lo tienen como proscrito bajo una declaración de enemigo ancestral. Pero hoy en día, en entornos como el europeo donde la ganadería extensiva tradicional ha decaído hasta vestigios casi testimoniales, el visceral odio que el hombre neolítico le profesó carece de sentido y a ciertos niveles resulta incluso contraproducente.
La ausencia de la especie en la mayor parte del territorio ibérico durante casi una centuria, hizo mucho más cómoda la presencia del ganado en el monte, hasta el punto de poder carecer de pastor, medios de guarda o incluso grandes perros, cuyo coste siempre encarece y sobre todo dificulta la presencia del ganado suelto en los pastizales, porque los canes no comen hierba y requieren de mantenimiento. El ganado suelto en la montaña no tiene perros de guarda por esta principal razón. Como sustituto, el cebo envenenado mantuvo alejado a todos aquellos con cierta posibilidad predadora, de la que el zorro, jabalí y perros asilvestrados, fueron los principales representantes durante los últimos decenios, antes de la reciente aparición del lobo. Y así el monte y los prados se llenaron de ganado al tiempo que se despoblaban de pastores.
El pastor y el ganadero a título principal, auténticos profesionales del campo y de la montaña, no han tenido problemas con el lobo desde ha, ya también, tiempos remotos. No es que el lobo resulte de agrado para ellos, pero reconocen abiertamente que sus problemas en la montaña hoy en día, están más ligados a la cuestión del valor del producto, el manejo de los pastos tradicionales y las políticas agrarias, que al lobo (Fidalgo, Pérez, Pérez Cascallana, González, 2015). Presumiendo de buen hacer y de caninos acompañantes, confían a sus perros la custodia del territorio sabiendo certeramente que en el mano a mano el lobo suele rehuir el enfrentamiento directo y que por simple etología canina los dominantes desplazan a los dominados. Son testimonios obtenidos en la montaña de Riaño, Abelgas, Llamas de la Ribera, Riolago (León) y en Mahide o Tábara (Zamora).
El caso de la cabaña cinegética es similar al del ganado libre en el campo. De hecho ha llegado a generar una situación muy parecida en cuanto a descontrol y presión herbívora sobre el medio natural. La Administración Pública ha permitido la fragmentación de los ecosistemas a base de una sectorización con vallados que viene a ser una representación a gran escala de las prácticas más antiguas de redileo. Además de acabar con las migraciones naturales de herbívoros y sus depredadores, se ha provocado la pérdida de diversidad genética, la proliferación de zoonosis y enfermedades, la introducción de especies exóticas y la entrada de material genético foráneo entre otros.
El propietario por su parte entiende el predio forestal como una explotación agropecuaria donde priman los intereses de rentabilidad. Pero no acierta a considerar el equilibrio natural como un insumo más que a largo plazo le reportará beneficios. Así que, todo cuanto merme la producción en número no es bienvenido en el confín delimitado por el perímetro acotado. De ese modo, los miles de cabezas pastantes que otrora poblaron los montes, hoy en día se mantienen con herbívoros autóctonos (ciervos) o alóctonos (muflones, gamos, arruís) con prácticas que se acercan más a un manejo artificial que natural. Pese a ello y a que el número de presas naturales del lobo ha aumentado de forma casi inimaginable, sus existencias en el sur ibérico son menores que en décadas pasadas cuando la economía era mucho más exigua y primaria, el censo ganadero más elevado y la población de ungulados silvestres notoriamente más baja. Una transformación a la caza no ha sido capaz de mantener ni mejorar las poblaciones de lobo al sur del río Duero.
Para el técnico gestor el sentido de la comodidad también se impone. No busques problemas donde no los haya, es una de las premisas que suelen usarse en la administración pública. Se emplean como parapeto los criterios de algunos científicos considerados como expertos en la materia. En ese sentido, las recomendaciones de L. Boitani en sus textos inducen al control de ejemplares de lobo en caso de conflicto con humanos. El uso de veneno y las prácticas fuera de la ley son el chantaje psicosocial que circula en mente y que se pretende evitar como guerra soterrada. Es la opción que se viene aplicando al norte del Duero en territorios como Asturias, donde la especie no tiene la consideración de especie cazable pero sobre la que se vierte fuego real ante la mínima polémica frente al sector ganadero.
Es así como se ha llegado a la enorme contradicción que hoy en día campa en el Parque Nacional de Picos de Europa, donde se matan ejemplares sin pudor pese a que sean objeto de manejo científico o que existan otro tipo de posibilidades. También es el criterio que se usa al sur del Duero por la Junta de Castilla y León para argumentar la actuación de sus patrullas de control de fauna (antes llamadas patrullas lobo), que aplican la ejecución sumarísima a ejemplares que, pese a tener la consideración de especie protegida, son liquidados por la vía rápida en lugar de proceder a su captura en vivo y traslocación, como suele ser frecuente con otras especies protegidas emblemáticas.
Es la misma premisa que también sirve para aquellas administraciones donde la especie no existe o es exigua y se encuentra catalogada como “especie de interés comunitario” por la Directiva 43/92 CEE del Consejo (Directiva Hábitats) debiendo en teoría promover un estado de conservación favorable de la especie (Extremadura, Castilla-La Mancha, Andalucía, Comunidad Valenciana, Murcia).
Hay también quién basa la gestión en el aspecto productivo de la biodiversidad y de las especies que se tienen como cazables. La noción de recurso renovable implica que pueda ser objeto de un aprovechamiento recurrente en el tiempo. En ese caso se guía por un criterio de multifuncionalidad en el que se consideran por igual a herbívoros y carnívoros, como si el simple hecho de estar vivo permitiese la aplicación de un mismo tipo de manejo. Y por muchos el lobo ha sido señalado como objeto de posible rentabilidad cinegética en base a su alta fecundidad (5 cachorros por camada es la justificación razonable para quienes alegan su posibilidad cinegética). Si el lobo es especie cazable, no plantean otro cuestionamiento y aplican criterios de cosecha anual como a cualquier otra de las especies que se gestionan en las variopintas Reservas Regionales de Caza.
Otra estrategia de justificación, es el censo, al confundir el concepto de población total con el depoblación efectiva. El primero es el argumento para quienes justifican la muerte de lobos, el segundo, es el criterio con el que la IUCN (Unión Internaciónal para la Conservación de la Naturaleza) establece sus patrones para definir el estatus o niveles de amenaza de una especie. En este sentido, la población viene dada por el número de parejas reproductoras y por tanto resulta más que evidente que debiera ser el elemento base para la gestión. Además de servir como referente de la capacidad de perpetuación de la especie, es un indicativo del potencial para generar variabilidad genética en la misma. El caso más notorio y reciente es el censo con sello de oficialidad publicado por la Junta de Castilla y León, donde se establece un número total de ejemplares y se marca el notorio ascenso comparativo con la década anterior. En este caso particular, las propias conclusiones y resultados que se presentan hablan por si mismas. Establecer un número de 10 individuos por grupo familiar contradice claramente al alza los estudios de científicos como Juan Carlos Blanco, David Mech o los simplemente recopilatorios presentados por los hermanos Ruiz Díez en los resultados de veinte años de seguimiento del lobo en la montaña palentina. Curiosamente coinciden con los de Mech para el lobo norteamericano.
Declarar una tierra “libre de lobos” en base a que ya no existen, tal como están promoviendo algunas instituciones oficiales (Diputación de Ávila, Diputación de Salamanca, Principado de Asturias, sindicatos agrarios) tiene el mismo argumento que declararla “libre de linces, de quebrantahuesos, de buitre negro, de alimoche, de osos o de águila imperial”, y de tantas otras especies como se llegaron a extinguir de algunos territorios. Recuperar de nuevo su presencia en los ecosistemas naturales, tiene la misma justificación ecológica que aquellas otras especies, en las que la Sociedad está invirtiendo últimamente mucho dinero al tiempo que genera mucha actividad humana en torno a ellas.
Por qué no se deben matar lobos
“Matar lobos, es lo más tonto que hay”
D. Weigend. Lobo Park, Antequera
La razón fundamental, reside en que el lobo es un depredador, el principal en los ecosistemas terrestres mediterráneos. Durante cientos de años se ha perseguido a los carnívoros de cualquier índole. Sin embargo, desde hace unas cuantas décadas, la práctica totalidad está protegida y retirada de las listas de especies cazables. Sólo el lobo y el zorro se mantienen al margen como excepción. No es difícil aplicar la lógica y asumir que si fue equivocada aquella persecución que tuvo incluso carácter oficial (Juntas de extinción de animales dañinos, promoción de los cebos envenenados desde las instituciones dedicadas a la gestión de la fauna silvestre), hoy la irracionalidad se mantiene con estas dos especies, pese a que los estudios científicos al respecto indican la inutilidad de dicha práctica en el sentido que tan llanamente expresa Daniel Weigend.
La Junta de Castilla y León tiene, en el libro de los hermanos Ruiz Díez, cuya edición ha colaborado en financiar, un perfecto manual para la gestión del lobo. Los también castellanos Ramón Grande del Brio, Juan Carlos Blanco, Fernando Palacios, son autores también de reconocida solvencia y prolongada dedicación al Canis lupus. Y otro gran científico experto en lobo es también salmantino, Jose Antonio Hernández Blanco, que figura como investigador senior en el Instituto Severtsov de Moscú y a quién sin duda no le pesaría disertar con sus paisanos acerca de la gestión del lobo.
Existen no obstante, claras contradicciones entre lo expuesto en los estudios que estos han llevado a cabo durante los últimos treinta años y la forma con que se gestiona el lobo en aquella Comunidad, sobre todo en terrenos con cierto grado de protección que debieran tener más en cuenta el tipo de especie que manejan. El caso de Sierra de la Culebra en Zamora, resulta dudoso de encajar entre lo sonrojante y lo absurdo. Un lugar creado por Ley para la gestión de fauna silvestre, ayudando al desarrollo de los municipios vecinos, tiene como contradicción el comerciar con la muerte de una especie emblemática que además vela por las garantías sanitarias y la calidad de sus presas, que también allí se cazan. Es cierto que en su norma de creación al lobo se le considera como pieza de caza, pero también es cierto que rectificar es de sabios y que a todas luces, el manejo del lobo a base de plomo y pólvora es ponerse a elucubrar con su viabilidad genética y persistencia futura.
Matar lobos en un área fronteriza, no es una cuestión de ignorancia, puede ser más bien de arrogancia. No hay desconocimiento en los gestores. A nadie se le escapa la movilidad de un lobo, su capacidad de desplazamiento. Los escasos kilómetros que median entre aquel territorio y el suelo portugués, son un paseo para un lobo transeúnte.
En el país vecino, el lobo goza de protección estricta y además, su vida está respaldada por financiación europea encajada en un Programa presupuestario de nombre “LIFE”. Curiosa denominación para gestionar una especie en la que hay afán por comerciar con su muerte.
Nadie puede garantizar que uno de esos lobos que se matan en Zamora en esperas al aguardo de una caseta y cebados con patas de pollo o cadáveres animales, no provenga de una incursión procedente de territorio portugués donde tenga su normal asentamiento. En la Naturaleza, al lobo sólo le para el lobo, o los grandes perros, la etología canina en sí. Y las marcas territoriales de los clanes dominantes son la mejor garantía para que un lobo vecino procure evitar adentrarse en un lugar donde sólo puede encontrar problemas. En ausencia de tales señales, por territorios mermados o clanes desestructurados, nadie sabe quién es quién en tierra de nadie. Así pues, dejamos a criterio de cada cual que aplique a esa gestión el calificativo que estime más conveniente.
El lobo tiene una ecología y etología muy particulares. Su carácter gregario conduce al establecimiento de una jerarquía dominada por los ejemplares más fuertes. En cualquiera de esos grupos, diferenciar un ejemplar adulto o semiadulto por su biometría o coloración, resulta bastante difícil bajo las condiciones de un instante cinegético (larga distancia para evitar el fino olfato del animal, horarios vespertinos que son los usuales de sus movimientos).
En las charlas con la gente de campo, siempre surge la excusa de que a un alfa siempre le sucederá otro que se convierte en alfa. Sin embargo nadie aduce que, el dominante en un momento dado, siempre lo es porque su condición física se impone sobre la de sus coetáneos a quienes domina. La sustitución implica la pérdida irremisible de su capital genético. Otra cuestión sobre la que no se habla es que la capacidad de aprendizaje en los animales es transmisible y que al igual que ocurre en humanos, cada individuo tiene su particular acervo aprendido con posibilidad de transmisión al grupo que lidera o del que forma parte. Ese capital, depende también en gran medida de la posición jerárquica del ejemplar en cuestión, puesto que en base a él, le toca acometer y vivir unas u otras experiencias. De hecho, cuando un clan familiar de lobos pierde a sus ejemplares líder, tiene que recurrir a técnicas de caza menos complejas (pasividad ganadera, carroñeo, piezas menores), se disuelve y abandona el territorio que ocupaba (Ruiz Diez, 2014, Fernandez Gil, 2013)
Así pues, la variabilidad genética se ve comprometida con la caza del lobo, porque nadie es capaz de diferenciar con precisión ni la edad de un ejemplar ni mucho menos su posición jerárquica. También se pierde conducta aprendida y su transmisión a otros individuos. Todo ello lleva sin duda a un merma en la supervivencia futura de la especie y también a una pérdida de calidad etológica (Sastre et al.,2011; Fernández Gil, 2013).
Está igualmente demostrado que en los cánidos, la disponibilidad de alimento influye decisivamente tanto en la fertilidad de las hembras como en la tasa de supervivencia juvenil. Tal disponibilidad es mayor cuando menor es la densidad de zorro, chacal o lobo en un territorio. Por lo que matar ejemplares no tiene una efectividad que vaya más allá de un año. Se produce así un rejuvenecimiento de la población, con esa pérdida de habilidades o experiencia con que los ejemplares adultos aventajan a los jóvenes, produciéndose el efecto nocivo en el grupo de incapacitarle para la predación de grandes presas silvestres (Fernández Gil, 2013).
La viabilidad genética es un concepto un tanto complejo o abstracto, pero en definitiva incide sobre la calidad de las poblaciones y es la esencia en la que radica su capacidad de persistencia en el tiempo. Por eso, hoy en día, que de forma tan recurrente se emplea la noción de Sostenibilidad, no tiene sentido gestionar una especie viva al margen de criterios que la comprometan.
Impedir la dispersión natural y forzar al mantenimiento de una metapoblación fraccionada en islas, es trabajar en pro de la extinción y no en el mantenimiento de un estado de conservación favorable. Es por ello, que la gestión actual no es acertada sino contradictoria. Contradice la Directiva 43/92 CEE del Consejo, de 21 de mayo, de conservación de los hábitats naturales y de la flora y fauna silvestres(Directiva Hábitats). A esta norma se sumó la legislación española a través de la Ley 42/2007 de 13 de diciembre, del Patrimonio Natural y la Biodiversidad obligando a las Administraciones Públicas a emprender un plan de recuperación cuando la especie está en peligro de extinción. Parece que muchas obvian esta catalogación cuando la especie está extinta (Extremadura), exigua (Andalucía) o en incipiente recuperación (Castilla-La Mancha) En opinión de algunos expertos en lobo, la Administración lo único que está haciendo es evitar la extinción del lobo, pero no una gestión tendente a un estado de conservación favorable tal como marca la ley. El hecho de que en el interior de un territorio protegido de carácter emblemático como es un Parque Nacional, o en otros donde la especie está estrictamente protegida como es el sur del Duero, el lobo se gestione mediante aplicación del criterio de pólvora y plomo en lugar de la captura y traslocación, no deja mucho espacio a pensar de otro modo.
La diversidad genética y viabilidad, conducen directamente al concepto de Población Efectiva (PE) en una especie cualquiera. Este término es el usado para la gestión a la hora de establecer el criterio de amenaza para una especie, siendo tal vez el más usado el que marca la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) en las ya conocidas “listas rojas”. En definitiva, el concepto queda definido por el número de parejas reproductoras. Resulta sin embargo muy curioso cómo en el censo oficial divulgado por la Junta de Castilla y León que ha sido además la base para establecer el cupo anual de caza en el plan de gestión del lobo de aquella Comunidad Autónoma, el criterio para establecer la población haya sido el de multiplicar por 10 el número de parejas reproductoras o grupos familiares detectados. Sin embargo, no se habla de población efectiva y que, aplicando en sentido inverso ese criterio, la misma para el conjunto de Castilla y León es de 160 parejas, y 250 el total para la España peninsular dando por buena la cifra de 2500 lobos como población estimada al norte del Sistema Central. De ser así, la población efectiva de lobo es inferior a la de otras especies emblemáticas como son el buitre negro o el águila imperial y pronto será rebasado posiblemente también por el lince ibérico, en cuya recuperación no se escatiman esfuerzos.
Con esos números, en el mejor de los casos, que sería el de la suma total española, la población de lobo en España debiera tener la consideración de especie en peligro crítico (EC), bajo criterios IUCN. Es este otro de los aspectos por tanto que nos llevan a valorar la gestión actual dentro bajo el calificativo de contradictora que se le ha dado en un principio.
El censo oficial de la Junta de Castilla y León, queda en evidencia contradictoria al hablar de los distintos núcleos de población, separarlos geográficamente y reconocer que en la periferia occidental los enclaves más poblados son compartidos con Portugal, Galicia y Asturias. Este hecho sin embargo no se refleja en criterios de gestión incorporando las restricciones que debieran ser lógicas para una especie transfronteriza en lugares como Riaño, Fuentes Carrionas o Sierra de la Culebra, cuyos lobos escapan al ámbito particular de una Comunidad Autónoma e incluso de un único Estado miembro de la Unión Europea.
Un censo o estima poblacional es en sí una herramienta de gestión. Su valor es siempre comparativo, necesita de varios puntos con los que poder establecer referencias en un momento dado de la historia que se estudie. Y de esas referencias comparativas surge otro concepto que es el de tasa de reposición o de renovación anual, también llamada tasa de incremento (rt). En gestión de un recurso natural renovable dicho concepto es asimilable a la tasa de interés o capitalización que se estudia en economía. Es fácil entender que en función de la misma, el recurso soportará más o menos esfuerzo de extracción que normalmente se suele llamar tasa de aprovechamiento. Cuando se aplica a biodiversidad, ese concepto equivale a la supervivencia de los propágulos (población juvenil). Queda claro por tanto que la persistencia de una población o la sostenibilidad del aprovechamiento de un recurso renovable depende estrechamente de que la tasa de incremento sea mayor o igual que cero. Por regla general, esta tasa de reposición se calcula para un período igual a la frecuencia de extracción., normalmente un año. Así pues, cupos de captura establecidos con frecuencia anual, exigen el cálculo de tasas de incremento anual y eso implica la realización de al menos un censo al año. De otro modo no es posible conocer dicho índice de variación.
Su deducción a partir de estimas con diez años de diferencia, es un margen demasiado amplio que no permite corregir variaciones y que en el caso de una especie como esta, debiera merecer otra consideración.
Para el caso del lobo en Castilla y León, donde se aduce un incremento de 600 ejemplares y un período entre estimas de diez años, es deducible que la tasa de incremento resultante sea 60 ejemplares al año. Dado que a partir de ahí, se ha establecido un cupo anual de extracción de 140 ejemplares, es obvio que esta cifra supera en más del doble a la renovación. Si a ese número de muertes previstas se le suman las pérdidas por muerte ilegal, accidentes, enfermedades, competencia intraespecífica, depredadores, emigración, las cifras se hacen desconocidas y posiblemente comprometedoras de esa persistencia que se quiere asegurar.
Dada la movilidad de la especie, en esta población compartida, se presenta la posibilidad de que, los ejemplares sean cazados en el territorio de una Comunidad Autónoma contigua. De ese modo los cupos de captura en territorios vecinos, llevan a un incremento real de la intensidad de caza sobre una misma población que fluctúa entre ambos sin tener en cuenta las líneas virtuales de la división administrativa. Por otra parte, hace infructuosos los esfuerzos proteccionistas del territorio portugués, conduciendo al absurdo la financiación europea que se invierte a ese respecto en el vecino país. Deriva así la importancia y necesidad de reconocer al lobo como especie transfronteriza, debiendo ser gestionado de una forma global por un Estamento de ámbito suprarregional. Actualmente dicho Ente está representado por el Organismo Autónomo Parques Nacionales (OAPN) del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA). Esta entidad administrativa tiene además encomendado un alto protagonismo en la gestión de los Parques Nacionales, territorios emblemáticos de nuestro país donde la gestión de una especie emblemática como el lobo deja mucho que desear, bien sea por acción, caso de Picos de Europa o por omisión en el resto de los territorios peninsulares, salvo Guadarrama. Los Parques Nacionales tienen definido como objetivo principal, mediante su Ley de creación, la restauración de los ecosistemas naturales de que son representativos. Sabido es que, en el ámbito del Paleártico, el lobo es la cúspide en la pirámide trófica de todos los ecosistemas terrestres.
Sin embargo no es sólo en los Parques Nacionales donde el OAPN presenta deficiencias en la gestión de biodiversidad, del lobo. También es gestor de algunos otros tal vez menos conocidos. Es el caso de los grandes montes públicos que tiene encomendados en Andújar, “Contadero-Selladores” y “El Lugar Nuevo”, cada uno con una superficie aproximada de 10.000 ha.
Esos espacios se ubican en el enclave más notorio para el lobo ibérico meridional (Despeñaperros-Sierra Madrona) y constituyen los montes públicos de mayor extensión en esa vertiente de Sierra Morena. Además, presentan continuidad con el grupo de montes de Viso del Marqués (Ciudad Real), con otras 15.000 ha en la vertiente norte. Por si solos, bastan para constituir un territorio garantía donde preservar activamente al lobo convirtiéndole en núcleo fuente. Asegurar el futuro de una especie en núcleos así es el modo de trabajar cuando se gestionan metapoblaciones.
Corresponde por tanto al Ministerio revisar el modus operandi del OAPN, sucesor del ICONA y la Dirección General de Conservación de la Naturaleza, con idea de eliminar este tipo de contradicciones en un Organismo al que imaginamos tutor de la biodiversidad en España. A nuestro juicio, debiera ser el gran protagonista en la gestión de una especie transfronteriza como el lobo, declarada de interés prioritario por la Unión Europea, al igual que es el Estado quién gestiona otros recursos que también lo son. Porque es realmente ilógico que una determinada Comunidad Autónoma tenga la capacidad de coartar las posibilidades de dispersión de una especie de interés supraterritorial. No se hace con quebrantahuesos, lince, buitre negro, alimoche o águila imperial. No debe hacerse tampoco con el lobo. No es el espíritu que marcan ni la Directiva Europea ni la Legislación Española.
Un nuevo enfoque para un nuevo tiempo
Desde que la Sociedad humana empezara a replantearse su relación con el mundo de otra forma a finales del siglo XIX (declaración de Yellowstone como el primer parque nacional en el mundo, 1872) las relaciones del hombre con el entorno natural han ido descendiendo en agresividad, al menos en el ámbito del mundo más desarrollado donde se ha pasado a trasladar el problema de la explotación intensiva de lo primario a otros continentes para reservar el propio, el patio de casa como un vergel. De eso se han visto beneficiados los bosques en el hemisferio norte, y también algunas especies animales en todo el mundo. Sin embargo, parece que el lobo, en muchos lugares, a nivel gubernamental, sigue sin recibir toda la consideración que merece por sus elevadas implicaciones ecológicas.
Es un nuevo tiempo para la relación del hombre con la biodiversidad y debe reflejarse también en especies como el lobo o el zorro. Se ha hecho con muchas otras especies a las que se rescató de una lista de condenados a muerte por las propias administraciones públicas. Fueron absueltas de su condición de alimañas y pasaron a protegerse por la aceptación de los beneficios que desempeñan en sus respectivos nichos dentro de cada ecosistema. Entender al lobo de este modo facilitará la suavización de posturas intransigentes en quienes se les hace empinada la asimilación de esta especie a los niveles de protección de otras emblemáticas de la fauna ibérica.
Uno de los métodos que los forestales hubieron de emplear en su afán por mejorar la percepción social de los montes, de los bosques, dada la escasa rentabilidad directa que estos representan a corto plazo comparados con los sistemas de turno anual o ciclo corto que son los agrícolas, fue la alusión a los beneficios indirectos que los arbolados producen y que no son ni fácilmente perceptibles ni valorables en dinero. Así, la producción de oxígeno, la regulación del ciclo hidrológico, el esparcimiento, y hoy en día su efecto positivo frente al cambio climático con la fijación del carbono atmosférico, han sido los argumentos más empleados.
Del mismo modo, hay que empezar a tener en cuenta la función ecológica del lobo y de los beneficios indirectos que produce en los ecosistemas salvajes. Una pequeña muestra de ello ha sido el reciente video que circula por las redes mostrando “Cómo los lobos cambiaron el curso de un río”, que trata sobre las cascadas tróficas y el caso particular de Yellowstone tras la introducción del lobo hace unas décadas.
Un primer paso es considerar al lobo como un colaborador y no como competidor en los montes donde el aprovechamiento principal es el cinegético. Muchos propietarios, que defienden ese uso en el monte como el único viable para generar una actividad económica de cierta rentabilidad, no aciertan a considerar al lobo como un insumo necesario al nivel de un guarda o un veterinario. Tiene la posibilidad además de ser igualmente mancomunado o compartido dadas las necesidades de amplios territorios para los grupos familiares.
Suele ser normal contratar como guarda a personas que en otro tiempo fueron asiduos a la caza furtiva. Como suele decirse, además de un buen conocimiento del medio y del oficio, se obtiene como beneficio el trabajar para la finca y el respeto al territorio que a partir de ese momento observan sus círculos más cercanos. De modo similar, el lobo, debe ser integrado en la plantilla de la explotación, con su gravamen correspondiente, pero sabiendo que el beneficio ofrecido por su presencia será mucho mayor.
Los lobos predan a la carrera, obligando así a las presas potenciales a esforzarse en correr hasta agotarse o escapar. De ese modo, los ejemplares aquejados por problemas fisicos o fisiológicos, así como los envejecidos o los jóvenes inexpertos, resultan siempre en desventaja y son los objetivos en su caza (Bolen & Robinson, 1999). Efectúan así una labor de policía sanitaria que ningún humano puede llevar a cabo. Una res enferma o de facultades mermadas por razones de edad, se encama en lugares tupidos donde no le sea difícil el acceso al agua y alimento. Los predadores sólo descansan cuando están saciados. Entretanto, su capacidad de rastreo supera a la de cualquier empleado, sin imposiciones horarias, días de descanso ni reivindicaciones laborales Su coste, siempre es el mismo.
Por tanto, es una garantía para eliminar patologías como la tuberculosis, la agalaxia, la pasteurelosis, la pododermatitis, la queratoconjuntivitis, la peste porcina, la lengua azul, o zoonosis como la sarna, la oestrosis, gusaneras y miasis. También favorecen la sincronía de partos, evitando los nacimientos tardíos que generan animales fuera de época donde su deficiente alimentación conduce a debilitamiento crónico. Un buen estado sanitario incide decisivamente en el vigor y salud de los animales, mejorando su condición física general.
Muchas de estas patologías y afecciones además del valor directo sobre los animales destinados a la caza tienen también un efecto secundario al convertirse en núcleos de reserva de las mismas con capacidad de proyectarse sobre la ganadería doméstica. Es así cómo puede valorarse la acción del lobo económicamente de forma más aproximada. El coste en mejorar el saneamiento animal por parte de administraciones (lengua azul, tuberculosis, peste porcina) es elevadísimo y encarece también los costes en explotaciones particulares (prevención, desparasitación, revisiones veterinarias)
En terrenos abiertos, donde no hay predadores, los herbívoros han prosperado mucho produciendo confrontación con agricultores, ganaderos y con el tráfico rodado. Las plantaciones en la campiña castellana sufren cuantiosas pérdidas por la acción de jabalíes, salvo donde los lobos se refugian para criar (maizales) por la presencia de agua. También corzos y otros cérvidos invaden pastos, cultivos y son protagonistas no deseados en numerosos accidentes de carretera. La proliferación de todos ellos parece incontrolable y genera serias alteraciones de índole ecológica y económica.
El lobo por tanto, es aliado de agricultor y del ganadero extensivo, pese a lo que se ha venido considerando por el ideario tradicional. Los problemas principales de estos sectores (altamente dependientes de las decisiones administrativas en la Unión Europea) no proceden del lobo. Al contrario, se está convirtiendo en elemento de calidad del territorio que sirve como atractivo para dinamizar la actividad económica en zonas rurales tradicionalmente marginales.
La belleza desviada
Por último sólo nos queda decir que no hay belleza en el fiero gesto disecado de una cabeza de lobo fijada a un muro. Tampoco hay nada extraordinario en la caza del lobo, reducida por lo general, a la espera bajo cobijo de un artificio para evitar ser detectado por los sentidos del animal, siendo atraído al lugar mediante el engaño de un cebo al que la Junta de Castilla y León denomina de forma oficial y poco escrupulosa “alimento suplementario”. Alcanzar con un disparo a un animal en esas condiciones no implica habilidad deportiva. Ver a un lobo acercarse desconfiadamente a buscar un despojo animal no deja de ser muy parecido a la de un perro en las inmediaciones de un vertedero. Hay mucha más belleza y emoción en el despliegue de un clan lobuno interactuando entre sí o con sus presas.
El lobo es responsable en gran medida de que los cérvidos en Sierra de la Culebra sean los mejores de toda la Península Ibérica. Esto, unido al beneficio que se incrementa progresivamente por el atractivo que imprime a lo salvaje, debiera ser motivo suficiente para que la Administración Pública cambiara su forma de gestionar, y se adaptase a otro tiempo. Ya hubo de hacerlo en los años 70 con los venenos, en los 80 con la política de reforestación, en los 90 con la energía nuclear, la contaminación y el vertido de residuos y en el 2000 con el cambio climático.
La naturaleza es vida y como tal dinámica. Sólo en la mentalidad de algunas personas, parece guardar inmovilismo y tener que permanecer estática.
Antonio Pulido Pastor, Manuel Corral Rufián
Sociedad Ibérica para el Estudio y Conservación de los Ecosistemas (SIECE)
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3 respuestas a «Lobo Ibérico: problemática de una especie transfronteriza»
enhorabuena por la labor que hacen!
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Falta algún párrafo respecto del original a fecha de hoy. Revisa el apartado «Nunca hay demasiados lobos»
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Gracias Puli. Corregido
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